Sentirse en casa es lo mejor... Allí tienes la libertad de pasearte con tus rolos o con tu "dubi" sin que nadie te critique; andar en cortos y chancletas "mete deo" o chinelas acojinadas de abuelita; andar despeinado y sin camisa; porque en casa nadie te juzga, nadie te condena, nadie te critica. Es eso precisamente lo que nos encanta de estar en casa, es el lugar donde somos aprobad@s y aceptad@s aunque sea por nuestro perrito... Lo que pretendo establecer es que estar "en casa" es mucho más que una localización, cuatro paredes o una dirección. Puede ser que, simplemente estar junto a una persona, compartir en familia, asistir a tu iglesia te hace sentir "en casa", aprobad@, aceptad@, cómod@, en paz.
En la antiguedad el pueblo de Israel tenía dos casas principales. Ambas se encontraban en un monte al cual llamaban el Monte Sion. Una era la casa del rey, el palacio; la otra era la casa de Dios, el Templo. Desde los atrios del Templo podías mirar a tu mano izquierda y ver el palacio con el rey sentado en su trono; y mirar hacia el interior del Templo y visualizar al Rey sentado en su Trono Altísimo. Esta visión de ambas casas brindaba al pueblo judío tranqulidad, confianza y paz. Pero a veces los cimientos de nuestra "casa" son sacudidos.
El profeta Isaías recibió su llamado a ser profeta a través de una experiencia particular narrada en el capítulo 6 del libro. El primer verso comienza con un detalle importantísimo que mucha gente pasa por alto: El año en que murió el rey Uzías, yo vi al Señor... Este rey había comenzado a reinar a los 16 años en Judea y reinó por 52 años. Trajo paz, prosperidad, progreso y seguridad a Israel. Podías pararte junto al Templo y ver al rey Uzías sentado en su trono, lo cual te hacía sentir la seguridad y paz de que teníamos un rey bueno. Sin embargo, luego de 52 años, ¡el rey había muerto! La ''casa'', el lugar seguro se había perdido. Es en ese momento, en esa crisis, en esa incertidumbre, en ese año que el profeta Isaías dice: "yo vi al Señor"... Porque no se trata de si Dios está presente en medio de nuestros momentos difíciles, sino de si podemos verlo. Él lo vio pero no de cualquier forma; lo vio en un trono alto y sublime. El profeta tiene la visión en el Templo, lo sabemos porque dice más adelante que sus faldas llenaban el Templo, por lo tanto podía mirar a su izquierda y ver el palacio con un trono vacío; sin embargo había un trono ocupado; uno más alto y sublime que el del rey Uzías, el trono divino. Dios está sentado en su trono aún, sin importar los "tronos vacíos" que nos toque ver. La invitación es a sentirnos en casa cuando podamos cambiar la mirada del trono vacío al Trono alto y sublime de Dios.
Isaías estaba entrando a ese lugar de confianza, de seguridad, de paz; al lugar de la aprobación y de la aceptación, a la "casa". Por eso es que menciona que sus faldas llenaban el Templo. Esta era la casa de Dios; ahora, entiende esto bien, no es porque Dios necesite una casa, Él es muy grande e ilimitado para poder ser contenido en una estructura física; se trata de que los seres humanos tengamos una casa donde podamos experimentar a Dios y todo lo que implica la casa. Sus faldas son una imagen de consuelo, como las faldas de mi abuelita Marina. No importa lo que estuviese sucediendo en mi vida, solo había que llegar a casa de abuelita a la hora de la novela, y acostarse en su falda, automáticamente ella te pasaba la mano por la cabeza y se desvanecía toda ansiedad. Lo mejor de abuelita es que no decía nada, no había recriminación, ni crítica, ni condenación, simplemente una mano, una falda, y sentirse comprendido, aceptado y aprobado. Las faldas de abuelita, una "casa"... Así es Dios, en los momentos cuando los tronos están vacíos nos invita a la casa en sus faldas, nos pasa la mano, nos consuela, y nos hace sentir aprobad@s, aceptad@s, segur@s, y en paz. Si no te sientes así, es tiempo de regresar, ese es tu lugar, el Padre te espera para correr, abrazarte y besarte porque estás en casa...
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