Wednesday, February 5, 2014

Un Templo sin Dios: La historia de doña Débora

Doña Débora la viuda se fue a visitar el Templo. Hacía ya mucho tiempo que no lo hacía, como casi todos los vecinos de su aldea, por la razón que todos saben. Nadie debía llegar a la "Casa de Dios" con las manos vacías, los maestros de la Ley religiosa, los escribas, se habían encargado de enseñarlo muy bien. Casi toda la aldea había sido condenada por estos religiosos bajo maldición de Dios, ¿el delito? Obvio, robarle el diezmo... como bien dijo un día Malaquías el profeta...
La mayoría de los campesinos de esta aldea cercana a la capital Jerusalén, estaban bien empobrecidos. Lo poco que podían generar con sus cosechas se les iba en los tributos que había que pagar a la élite romana. Estos tributos eran recolectados por los cobradores llamados publicanos, algunos de ellos fueron vecinos de estos campesinos. Los rumores eran que estafaban a la gente cobrándoles a veces el doble o triple y quedándose con las ganancias deshonestas; pero ¿quién los confrontaba si tenían el favor de los gobernantes romanos? En adición de los tributos a los romanos, estaban los tributos a la élite judía, dueños de las tierras; y los tributos a la clase sacerdotal, en fin, más de la mitad de lo muy poco que generaban se iba en todo esto. Lo que sobraba no daba. Algunos niños de la aldea ya se habían enfermado por la mala nutrición; y desde hace varios meses, varios hombres se habían tenido que vender como esclavos, ellos y sus hijos. Esto por causa de los prestamistas. El día que no tenías para pagar, tomabas prestado de uno de ellos, y cuando no tenías para saldar tu deuda tenías que volverte esclavo. Eliab, Ezdra, Eliel ben Jonas y Samuel eran algunos de los que fueron vecinos pero ya no lo eran: se habían visto obligados a irse a otras tierras como esclavos junto con sus hijos dejando a sus esposas a merced del hambre y la pobreza extrema. Los demás vecinos miraban todo esto sin poder ayudar, porque ¿quién desviste un santo pa' vestir otro? Al menos un día llegaría el año del jubileo, cada 49 años se declaraba libertad para los esclavos y la liberación de las deudas. Todavía faltaban 20 años más...
Para visitar el Templo había que llevar sacrificio a Dios, en el caso de los pobres, una paloma. Allí en la aldea se vendían en lo que para nosotros sería dos o tres "pesos"; pero esas no eran "buenas" para el sacrificio del Templo; había que comprarlas allá. Por ser palomas "puras" para sacrificio costaban 10 a 15 veces más, por eso casi nadie de la aldea podía sacrificar a Dios, perdiendo la esperanza de poder ser perdonad@s por sus muchos pecados, según les habían enseñado los maestros de la Ley religiosa. Curiosamente, tod@s sabían que los dueños de los comercios del Templo donde vendían las palomas tan costosas, pertenecían a familiares de los sacerdotes... esa gente si que vivía bien, pero ese era el beneficio de ser gente "santa"...
Doña Débora alguna vez estuvo mejor; cuando vivía aún su esposo don Juan ben Simón. Al morir este, le dejó en herencia algún dinero ya que sus hijos habían muerto. Como la ley no le permitía administrar su dinero por ser mujer, la doña buscó alguien honesto, un representante de Dios que fuera su albacea. El maestro de la Ley administró su dinero que debió haberle durado al menos un par de años, sin embargo en cuatro meses ya no quedaba nada. La única explicación que recibió doña Débora fue que entre los tributos y los gastos administrativos se había gastado todo. ¿Quién iba a cuestionar al hombre de Dios? Todos sospechaban, pero nadie podía hablar... La viuda estaba perdida. Sin dinero, sin la posibilidad de trabajar, sin marido, sin hijos varones, probablemente bajo esta nueva realidad le quedaban algunas semanas de vida. Esta despojada mujer tomó lo último que le quedaba: dos blancas, lo cual equivale a menos de medio centavo hoy, y emprendió quizás, su último viaje al Templo. De camino pensaba: "si he de morir, al menos invertiré lo último que tengo en agradar a mi Dios". Ella sabía que no era de las "escogidas" por ser mujer y pobre, pero quien sabe si el Dios de Israel se recordaba de ella...
El camino era desértico, tan árido como la vida de los campesinos pobres de su aldea; y de repente comienza a ver a lo lejos el resplandor. Josefo lo llamó la "joya del desierto", el templo, la casa de Dios. Era impresionante: piedras de 9,000 libras pulidas parecían mármol; una altura que equivale a un edificio de 15 pisos; muros de  15 pies de ancho; cubierto en oro puro; era imponente en medio del desierto. Al llegar y hacer la fila para ofrendar, estaba llena de gente importante, gente rica que pertenecía a ese 3% de la población que poseía el 97% de las riquezas, la élite. Doña Débora se sentía tan insignificante al lado de sendas figuras.
Casualmente se rumoraba que el día anterior un joven rabí de Galilea había entrado al Templo y había volcado las mesas de los vendedores y cambistas allí. Se dice que este rabí había experimentado la pobreza, la marginación como todos ellos, venía de ese otro lado del mundo, y había levantado hacía tres años una voz profética de protesta contra el Imperio y contra el sistema religioso. Hablaba de un nuevo reino que Dios quería establecer donde la gente como ella serían protagonistas. Decía: "Felices l@s pobres porque el reino de los cielos les pertence". Proclamaba que el Templo se había convertido en cueva de ladrones, por lo tanto ahora debían encontrar a Dios en los niños, en las aves del cielo, en las flores del campo, en una mujer adúltera que pide una nueva oportunidad, en una mujer con flujo de sangre que lo había gastado todo, en la tumba de un hombre muerto hace tres días, en el paralítico en un estanque, en la semilla de mostaza, en una moneda perdida, en una oveja, en un padre que espera por su hijo, en el día a día, en lo cotidiano, en la vida dura, en la vida... Dios está...
Mucha gente lo recibió con alegría en Jerusalén, pero ese día, todos y todas guardaban silencio, se temía que pronto lo acusarían. También se sabía que dentro de sus discursos había mencionado a las viudas como doña Débora; se había atrevido acusar a los maestros de la Ley de extorsionarlas (Marcos 12:40).
Ya llegaba su turno. Las grandes cantidades de dinero sonaban en el arca de las ofrendas como un campanario que alegraba el oído de los sacerdotes. Entonces viene aquella mujer y echa sus insignificantes monedas que representaban todas sus posesiones, y pasaron desapercibidas por el mundo... por casi todo el mundo, excepto por el rabí galileo que se encontraba en el lugar. La ofrenda de esta mujer era para él mucho más que todas las riquezas que podían dar aquellos que daban de lo que les sobraba (Marcos 12: 43-44). Doña Débora nunca se enteró que su decisión de ir a ofrendar lo que le quedaba ese día sería una enseñanza que impactaría la vida de los discípulos del rabí Jesús, los que estaban ese día allí, y los que 2,000 años más tarde leemos su historia perpetuada por todas las generaciones en la Biblia...
Jesús seguía pensando en doña Débora... salen del Templo... los discípulos se admiran de la maravilla arquitectónica que es el Templo (Marcos 13:1), Jesús se admira de la maravilla que es la vida de gente como aquella viuda... Se detiene, mira las piedras, el oro... se maravilla de que no podamos ver la verdadera belleza, estamos ciegos... Jesús está indignado, tanta injusticia, tanta desigualdad, un templo sin Dios ¿qué es? No sirve, no compone nada... es tiempo... hay que decirlo: "¿Ven estos grandes edificios? Todo será destruído..." (Marcos 13:2)
Porque un templo desde el cual se margina, se explota, se extorsiona, se abusa, donde la estructura es más importante que la gente, donde se benefician unos pocos con los pocos recursos de los muchos, donde se patrocina la desigualdad e injusticia, donde las Déboras de la vida tienen que dar todo lo que tienen para ver si pueden llegar a agradar a Dios; no sirve, Dios no está, será destruido.
A doña Débora la volvimos a encontrar un día más tarde llorando con las viudas cuando Jesús iba camino al Calvario...

¿Nos parecemos más al Templo sin Dios o a Jesús?

4 comments:

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  2. No mi hermano excelente aportación!! Gracias

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  3. Me encantan cada una de tus publicaciones. Todas las que he leído me han ministrado. Gracias

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